martes, 28 de junio de 2011

Dolor.

No hay nada más bonito que sentir el dolor ajeno. Por lo menos, no existe nada que cause tanta adicción.
Saber entender a alguien, escucharle y asentir con la cabeza por estar escuchando con el corazón...

Qué decir de la satisfacción que es para mí escuchar un grito de alegría cuando una amiga extiende sus brazos detrás de mí en la moto y sonríe con los ojos cerrados creyendo que el mismo viento que arranca sus lágrimas se llevará todo lo que la hace llorar.

Sólo un abrazo en un semáforo en rojo pueden hacer que me sienta tan satisfecha y útil. Ha sido eso es lo que me ha hecho sentir como en una película en la que aún no sabemos el destino de la protagonista. Eso último no me ayuda a librarme de mi angustia porque no hay nada que más me duela que sentir las lágrimas de una amiga en un abrazo, ni nada que avive más mi odio hacia terceras personas que una amiga cabizbaja acurrucada en mi hombro sollozando.

No hay nada peor que saber que tu apoyo no sirve para devolverle la sonrisa. Que no puedes arreglar su mundo. Sólo asegurarle que vas a ayudarle a reconstruirlo.

Asegurado queda.

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