Poca luz y mucho silencio.
Los mejores escenarios son los nocturnos.
Esto es una chica, niña unas veces, mujer otras que apaga las velas de su habitación. Se va a acostar.
Sopla la última y un palpito la obliga a girar sobre sus talones. Alza la vista y ahí está: la luna.
Brillante astro que ilumina los mayores secretos, la mayoría de las lágrimas sólo ella, dueña de la noche las ve.
La chica (en estos momentos mujer), se pierde observando su silueta realzada por la oscuridad del cielo negro. Piensa muchas cosas, pero ninguna en concreto. "¿Cuántas personas estarán mirando la luna en este mismo instante? ¿Qué pensarán? ¿Cómo serán? ¿Alguna estará bebiendo un vaso de leche? ¿Quizás estén fumando? ¿Estará él mirando la luna? ¿Se acordará de mí? ¿Quizás tanto como yo de él?"
Sólo las luces de velas repartidas por la habitación, olor a incienso de manzana, Orishas de fondo... inmejorable.
Creo que de cada persona se aprende algo, se coge alguna manía o algún rasgo... Éste es el suyo.
El día en que lo adquirió quedó grabado en su mente, al igual que aquél otro día se grabó la cicatriz en su brazo.
Era diciembre. Llevaba días peleándose con margaritas intentando que fueran ellas quienes decidieran su futuro. Sin embargo, fue ella quién llegó al salón y preguntó por él: estaba en su habitación.
Subió corriendo las escaleras, como acostumbraba a hacer desde que había dejado de hacer deporte. Era un intento por mantenerse en forma. Al subir el último peldaño paró un segundo para coger aire y tocó la puerta.
Entró.
Luces apagadas, la luz del portátil a su lado iluminaba su cuerpo derrumbado en la cama y la música de Orishas bañaba de tranquilidad la habitación. Daba la sensación de estar en punto muerto. Tumbado boca arriba, sin hacer nada, como esperando a que algo pasara, tuvo que doblar el cuello y forzar la vista para ver su cara a contraluz.
El corazón de la chica se encogió. Se desvanecieron los argumentos por los que venía y sólo quiso abrazarlo y jurarle no separarse de él en la vida.
Cerró la puerta y con pasos gráciles se acercó a la cama y se sentó a su lado.
Con unos ojos grandes y saltones la miraba con todo su ser hasta definitivamente se le olvidó el motivo de su visita.
La vida nos trata a todos de distinta manera y tanto él como ella lo sabían.
Hablaron, dejaron que la música los tranquilizara. Los problemas siguieron ahí, latentes, pero la situación había hecho que parecieran un poquito más inofensivos que hacía unos minutos.
Pasó el tiempo y ella terminó acomodándose en la cama: apoyó las manos a ambos lados del cuerpo del chico y mirándolo a los ojos desde arriba el beso fue inevitable.
A ése beso le siguió otro, y a ese otro, otro más y otro... Había caído.
Dejó que esos brazos fuertes acomodaran su cabeza en la almohada y tuvo que quitarse las zapatillas de tela para poder sentirse del todo a gusto. Por si acaso, él la ayudó a quitarse el jeresey.
La música no había dejado de sonar y ellos jugaban, rodando de un lado a otro de la cama, compartiendo caricias, besos, sonrisas, dulzura, cariño, comprensión, susurros, intimidad... Era un tipo de amor.
Irrepetible y único. Ése era su amor.
domingo, 16 de octubre de 2011
viernes, 7 de octubre de 2011
Se repite.
Esto es un copia-pega de un antiguo tablón que tenía por ahí guardado. Lo he leído y he creído apropiado volver a sacarlo a la luz....
"Hace ya un par de semanas que cumplí los ansiados dieciocho.
Al margen del hecho de que ya no voy a tener que aprenderme ningún DNI ajeno de memoria para intentar entrar en una discoteca, me he dado cuenta de que no ha habido ningún tipo de cambio. Hay cosas que son iguales que cuando tenía 17, 16....
Tiempo atrás perdí a un amigo, un amigo de los que tienen pase VIP en nuestros corazones. De ésos que son inolvidables. Dejan marca sin buscarlo, al mismo tiempo que tú dejas marca en ellos.
¿Y cuando se fue, qué? Nadie se imagina lo que sufrí. Por dentro, por fuera... aquello me ahogaba y no me dejó vivir durante una temporada que la temía interminable.
Ahora, incluso sabiendo que nunca más volverá a estar a mi lado, sigo soñando con sus sabios consejos y su apoyo incondicional. Añoro su capacidad para escuchar mis pequeñas crisis personales y esa cálida mano que me acompañaba en todos mis caminos, que nunca me soltaba, ni aunque me chocara con todos los muros que hubiera cerca. Digamos que era para mí lo que para un ciego su bastón.
¿Y cuando se fue, qué? Nadie se imagina lo que sufrí. Por dentro, por fuera... aquello me ahogaba y no me dejó vivir durante una temporada que la temía interminable.
Ahora, incluso sabiendo que nunca más volverá a estar a mi lado, sigo soñando con sus sabios consejos y su apoyo incondicional. Añoro su capacidad para escuchar mis pequeñas crisis personales y esa cálida mano que me acompañaba en todos mis caminos, que nunca me soltaba, ni aunque me chocara con todos los muros que hubiera cerca. Digamos que era para mí lo que para un ciego su bastón.
Tengo dieciocho años. Soy mayor de edad. Puedo comprar alcohol, tabaco, votar, hacerme tatuajes y piercings sin autorización de un tutor... Soy libre y responsable. Mucho más: soy autónoma.
Pero una vez más, me doy cuenta de que echo en falta un bastón. ¿Sabéis? Una cosa no quita la otra; ser autónomo y ser ciego son compatibles.
Este mismo año he sentido algo extrañamente similar a lo que sentí por mi "difunto" amigo. Fui feliz durante un tiempo. Poco, por supuesto, porque aprendí del primer palo y ahora soy exageradamente orgullosa y procuro ser lo más autosuficiente que puedo. De buenas a primeras soy pura desconfianza y bastante reservada.
Cierto es que no me va mal. Al no entregarte rápidamente a alguien, no te llevas disgustos pero, me hizo tanta ilusión esta vez...
Eso es, exacto: me devolvió la ilusión. Un bastón nuevo. Parecido -nunca igual- al anterior. Confié. Erré. Errar es de humanos, pero allí no había rectificación posible. Me volví a llevar un palo. Pero esta vez, era la segunda. No dolió tanto.
Cierto es que no me va mal. Al no entregarte rápidamente a alguien, no te llevas disgustos pero, me hizo tanta ilusión esta vez...
Eso es, exacto: me devolvió la ilusión. Un bastón nuevo. Parecido -nunca igual- al anterior. Confié. Erré. Errar es de humanos, pero allí no había rectificación posible. Me volví a llevar un palo. Pero esta vez, era la segunda. No dolió tanto.
Gracias me doy por tanto. Por aprender. Por aguantar. Porque hay veces que, por mucho que digan lo contrario, una fortaleza, no viene mal."
martes, 4 de octubre de 2011
Tema apropiado para leer este texto: http://www.youtube.com/watch?v=IIuQM_q0IUU&feature=autoplay&list=PL5993C845D17A1DCC&lf=BFp&playnext=1
A veces sueño y las demás ocasiones deseo estar soñando.
Me explico: pienso que la vida está llena, pero absolutamente repleta de risas, de conversaciones interesantes, de nuevos datos, de progresos y no retrocesos, de juegos malabares por las calles y caras amigables por doquier.
Bien, todo optimismo hasta aquí. Pero resulta que de vez en cuando llega un día de ésos en los que el despertador suena tarde y te levantas deprisa y corriendo. Por consiguiente, te encuentras la puerta de clase cerrada y entras bajo la fulminante mirada del profesor y un apremiante discurso sobre la puntualidad mientras 30 pares de ojos te siguen atentamente hasta que te sientas en última fila, desde donde apenas puedes ver la pantalla y seguir la clase te resulta imposible.
Justo ése es el día en el que mil detalles te recuerdan a tu ex novio y toda tu gente de la ciudad donde naciste parece ponerse de acuerdo para que veas lo bien que se vive allá arriba.
Ésos son los días que me hacen darme cuenta de que no todo es un sueño y de que el día a día no siempre es divertido. Que no siempre toca ir a un parque de atracciones con mi amiga la maña ni tampoco reírme con mis amigas tiradas en un apartamento en Málaga mientras nos lamentamos de la existencia de Paris Hilton y lo vergonzosas que eran las actuaciones de Amy Winehouse en los escenarios.
También son ésos los días que me hacen darme cuenta de lo asquerosamente dichosa que soy.
Nací en la ciudad más hermosa que pueda haber (además, ¡soy vasca!), tengo mil amigos pero tengo la suerte de saber con cuales de ellos cuento para todo, tengo una familia que me adora y a la que adoro, unos aitas que, a pesar de la distancia, y de lo poco que los he visto durante toda mi vida, están ahí siempre que quiera. También cuento con la suerte de haber entrado, como bien aprendí en novatadas, en la "puta carrera de medicina" y es que a diferencia de muchos, yo HE LLEGADO y estudio lo que me gusta. De hecho, hay veces que me pongo delante de los apuntes y del atlas de anatomía y sonrío al ver donde estoy.
Tengo el lujo de estar viviendo fuera de casa, de tener una nueva vida aquí en Madrid, ciudad de "el todo" y digo el todo, porque aquí hay de todo.
Qué suerte he tenido por haber conocido el sector hippie y el pijo, las noches de jazz en el Café Central y la mejor música de la sala Pantera. Me he pateado la Gran Vía de arriba abajo y he descubierto el encanto de Chueca, la Latina y he comprado en las tiendas de Fuencarral.
Más suerte aún por haber conocido a quienes he conocido, por haberme rodeado siempre de buena gente y de compartir sonrisas y abrazos, buenos momentos y malos, sobresalientes y suspensos...
¿Alguien da más?
Cada día me convenzo más a mí misma de que estoy demasiado bien acostumbrada.
He sufrido, como todo el mundo. No tanto como muchos, pero más de lo que la mayoría piensa.
Como diría el grupo 995 en el rap Todo va bien (http://www.youtube.com/watch?v=4VyO0VhrqDE)
yo amo a mi padre y a mi madre
No quiero que con esto nadie se hunda en la miseria, ni me tenga envidia. Lo único de lo que hay que envidiarme es de mi optimismo. Aplicaos el cuento, que ni lo malo es tan malo ni lo bueno es tan bueno.
SED FELICES
A veces sueño y las demás ocasiones deseo estar soñando.
Me explico: pienso que la vida está llena, pero absolutamente repleta de risas, de conversaciones interesantes, de nuevos datos, de progresos y no retrocesos, de juegos malabares por las calles y caras amigables por doquier.
Bien, todo optimismo hasta aquí. Pero resulta que de vez en cuando llega un día de ésos en los que el despertador suena tarde y te levantas deprisa y corriendo. Por consiguiente, te encuentras la puerta de clase cerrada y entras bajo la fulminante mirada del profesor y un apremiante discurso sobre la puntualidad mientras 30 pares de ojos te siguen atentamente hasta que te sientas en última fila, desde donde apenas puedes ver la pantalla y seguir la clase te resulta imposible.
Justo ése es el día en el que mil detalles te recuerdan a tu ex novio y toda tu gente de la ciudad donde naciste parece ponerse de acuerdo para que veas lo bien que se vive allá arriba.
Ésos son los días que me hacen darme cuenta de que no todo es un sueño y de que el día a día no siempre es divertido. Que no siempre toca ir a un parque de atracciones con mi amiga la maña ni tampoco reírme con mis amigas tiradas en un apartamento en Málaga mientras nos lamentamos de la existencia de Paris Hilton y lo vergonzosas que eran las actuaciones de Amy Winehouse en los escenarios.
También son ésos los días que me hacen darme cuenta de lo asquerosamente dichosa que soy.
Nací en la ciudad más hermosa que pueda haber (además, ¡soy vasca!), tengo mil amigos pero tengo la suerte de saber con cuales de ellos cuento para todo, tengo una familia que me adora y a la que adoro, unos aitas que, a pesar de la distancia, y de lo poco que los he visto durante toda mi vida, están ahí siempre que quiera. También cuento con la suerte de haber entrado, como bien aprendí en novatadas, en la "puta carrera de medicina" y es que a diferencia de muchos, yo HE LLEGADO y estudio lo que me gusta. De hecho, hay veces que me pongo delante de los apuntes y del atlas de anatomía y sonrío al ver donde estoy.
Tengo el lujo de estar viviendo fuera de casa, de tener una nueva vida aquí en Madrid, ciudad de "el todo" y digo el todo, porque aquí hay de todo.
Qué suerte he tenido por haber conocido el sector hippie y el pijo, las noches de jazz en el Café Central y la mejor música de la sala Pantera. Me he pateado la Gran Vía de arriba abajo y he descubierto el encanto de Chueca, la Latina y he comprado en las tiendas de Fuencarral.
Más suerte aún por haber conocido a quienes he conocido, por haberme rodeado siempre de buena gente y de compartir sonrisas y abrazos, buenos momentos y malos, sobresalientes y suspensos...
¿Alguien da más?
Cada día me convenzo más a mí misma de que estoy demasiado bien acostumbrada.
He sufrido, como todo el mundo. No tanto como muchos, pero más de lo que la mayoría piensa.
Como diría el grupo 995 en el rap Todo va bien (http://www.youtube.com/watch?v=4VyO0VhrqDE)
yo amo a mi padre y a mi madre
No quiero que con esto nadie se hunda en la miseria, ni me tenga envidia. Lo único de lo que hay que envidiarme es de mi optimismo. Aplicaos el cuento, que ni lo malo es tan malo ni lo bueno es tan bueno.
SED FELICES
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