miércoles, 25 de abril de 2012

Hace exactamente un año falleció el poeta chileno Gonzalo Rojas Pizarro.
También un 25 de abril pero de 1940 nació el director de cine Al Paccino.
El día 25 de abril es el día  Internacional de Lucha Contra el maltrato infantil.
A día de hoy, en 1975 ocurrió la Revolución de los Claveles en Portugal, acontecimiento que dio fin a la dictadura salazarista y dio lugar a un estado de derecho liberal.


Os dejo un par de poemas del señor Rojas Pizarro.


Los cómplices
Te decía en la carta
que juntar cuatro versos
no era tener el pasaporte a la felicidad
timbrado en el bolsillo,
y otras cosas más o menos serias
como dándote a entender
que desde antiguamente soy tu cómplice
cuando bajas a los arsenales de la noche
y pones toda tu alma
y la respiración
perfectamente controlada,
por mantener en pie tus rebeliones
tus milicias secretas
a costa de ese tiempo perdido
en comerte las uñas, en mantener a raya
tus palpitaciones,
en golpearte el pecho por los malos sueños,
y no sé cuántas cosas más
que, francamente, te gastan la salud
cuando en el fondo
sabes que estoy contigo
aunque no te vea
ni tome desayuno en tu mesa
ni mi cabeza amanezca en tu pecho
como un niño con frío,
y eso no necesita escribirse.



La loba
Unos meses la sangre se vistió con tu hermosa
figura de muchacha, con tu pelo
torrencial, y el sonido
de tu risa unos meses me hizo llorar las ásperas espinas
de la tristeza. El mundo
se me empezó a morir como un niño en la noche,
y yo mismo era un niño con mis años a cuestas por las calles, un ángel
ciego, terrestre, oscuro,
con mi pecado adentro, con tu belleza cruel, y la justicia
sacándome los ojos por haberte mirado.

Y tú volabas libre, con tu peso ligero sobre el mar, oh mi diosa,
segura, perfumada,
porque no eras culpable de haber nacido hermosa, y la alegría
salía por tu boca como vertiente pura
de marfil, y bailabas
con tus pasos felices de loba, y en el vértigo
del día, otra muchacha
que salía de ti, como otra maravilla
de lo maravilloso, me escribía una carta profundamente triste,
porque estábamos lejos, y decías
que me amabas.

Pero los meses vuelan como vuelan los días, como vuelan
en un vuelo sin fin las tempestades,
pues nadie sabe nada de nada, y es confuso
todo lo que elegimos hasta que nos quedamos
solos, definitivos, completamente solos.

Quédate ahí, muchacha. Párate ahí, en el giro
del baile, como entonces, cuando te vi venir, mi rara estrella.
Quiero seguirte viendo muchos años, venir
impalpable, profunda,
girante, así, perfecta, con tu negro vestido
y tu pañuelo verde, y esa cintura, amor,
y esa cintura.

Quédate ahí. Tal vez te conviertas en aire
o en luz, pero te digo que subirás con éste y no con otro:
con éste que ahora te habla de vivir para siempre
tú subirás al sol, tú volverás
con él y no con otro, una tarde de junio,
cada trescientos años, a la orilla del mar,
eterna, eternamente con él y no con otro.

lunes, 9 de abril de 2012

Días fríos

Los días de verano se acercan por el barrio de Vallecas. María no sabe lo que hay más allá de su barrio y tampoco le interesa, sólo sabe que hoy el día es cálido pero que las nubes vienen cargadas de lluvia.
Una camiseta de tirantes gris oscura, como su estado de ánimo, deja que se vea parte de un tatuaje de un pulpo. Los tentáculos se extienden hasta alcanzar la sutileza de sus delicados hombros. 
Antes de salir de casa se abriga con una sudadera y sobre ella, una descolorida cazadora. Por último, se coloca unas gafas de imitación de ray-ban para ocultar unos ojos achinados debido a aquel matutino amigo que sostiene entre sus dedos.

Mira, como puede, a lo lejos. La carretera sigue y sigue, pero nunca cambia, es siempre igual. Tiene la misma monotonía que su propia vida. Sin principio ni fin, sin final feliz. No hasta que ella no quiera cambiarlo, no hasta que ella decida volver a nacer. Tras la última calada, echa a andar.

Apenas recuerda las personas que le regalaron las pulseras de hilo que luce en su muñeca, ya ni siquiera intenta recordarlas. Vive en su día a día, en su rutina. 

Sus pies la frenan frente al bar de siempre y se sienta en una fría silla de metal, desafiando al cielo y al mal tiempo que poco tardarán en hacerse notar.
Pero de mientras, con solo alzar una mano indica al camarero que le traiga el café con leche sin azúcar de siempre y se enciende un cigarro.

Recoge su melena castaña descuidada en un moño improvisado y se ata los botones de su cazadora vaquera mientras observa a la gente.
En la tienda de en frente los chinos ya empiezan a abrir sus puertas mientras el viejo señor Dominguez los mira con desprecio y poca cara de amigos. Desde que abrieron, su droguería ha vendido menos que de costumbre.

Desde luego, aun siendo verano, el frío que hace es insoportable...