lunes, 12 de febrero de 2018

"No me malinterpretes, a nadie le gustan los muertos".

¿Qué es lo que pasa?

Yo era normal ese día 25 de mayo de 2017. A mis 24 primaveras, aún creía que la vida era maravillosa. Ya dudaba de la existencia del amor verdadero y en mi infancia se destruyeron las noches de nervios por la llegada del ratoncito Pérez y de Los tres Reyes Magos de Oriente (otra cosa es el Olentzero, un hombre que recoge carbón por el monte y luego trae regalos no me parece lo suficientemente maravilloso/idílico como para que sea falso).

En cualquier caso, venía diciendo que yo era normal. Algo ilusa tal vez, bastante inocente quizás. Pero sé a ciencia cierta que continúo siéndolo (y tengo la sensación de que nunca dejaré de serlo del todo). Pensaba, que el amor todo lo cura, que las acciones altruistas eran habituales, que nadie atosigaba ni dificultaba la existencia al prójimo "porque sí".
Cuando caminaba por la calle, imaginaba que sonaba de fondo la voszde Don McLean cantando American Pie y terminaba por tararear la canción mientras hacía pequeños pasos de baile disimulados y sonreía.
En cierto modo, seguía creyendo que los malos terminan cayendo y que siempre triunfa el bien. Tenía en lo más profundo de mí la certeza de que a la gente buena le esperan cosas fantásticas, que el Karma existía. La muerte era un concepto lejano, indeterminado, oscuro, remoto...

Pero a partir de ese mes de mayo, han ido cambiando poco a poco. Empezó esta carrera de obstáculos en la que las vallas son demasiado altas y tropiezas y caes cada dos pasos, teniendo que levantarte y reanudar la marcha a la mayor velocidad posible, resiliente, con la cabeza alta, aguantando los golpes y también las lágrimas.

La vida y la muerte colándose en tus manos. Los giros inesperados de los acontecimientos. Las malas pasadas que causa encariñarse con alguien y que de repente desaparezca, se te escape y termines viéndote firmando su certificado de defunción.

Los que van por delante en la maratón sin fin me miran con una sonrisa torcida y una mirada de hastío cuando ven mi caída. Me entienden, ellos se han golpeado también en ese mismo salto y eso les ha hecho más "fuertes". O tal vez no. Puede que solo hayan desarrollado mecanismos de evasión a la caída, digamos metafóricamente que pasan por debajo de la valla.

Quizás en unos meses más descubra cómo demonios lo hacen.

["Solución diagonal del problema". Muro de Berlín, 2018.]




El lorenzo duele. Por lo visto ayer cuando llegué de fiesta no cerré bien la ventana.
Y no me ha importado. 

- Más entradas a medio escribir. Esta vez, de 2010.-

Entrar al facebook y ver tonterías, tonterías y más tonterías.
"increíbles 35 imágenes que muestran buenas acciones" y se ve a un hombre salvando un pez muy grande que (no sabría decir qué especie es). Me río pensando que mejor acción sería pescarlo, que con ese bicharraco come y cena todo mi edificio. 
La parte más deshumanizada de mí, la misma que tanto me cuesta apartar de mi mente, piensa que es lamentable que se exhiban como trofeos 35 míseras imágenes (teniendo en cuenta la población mundial). Debería ser lo normal. (Lo del cachalote este quizá no, pero vaya, el echar una mano a la vecina que no puede con las bolsas de la compra, o acercarse voluntariamente a un turista extraviado también son buenas acciones y no se necesita una fotografía que lo certifique ¿no?).
Será que leo demasiado melancoholismo. 


- Notas guardadas hace años a medio escribir que creo, merecen ser exhibidas. -

Puede que retome el blog.