Yo era normal ese día 25 de mayo de 2017. A mis 24 primaveras, aún creía que la vida era maravillosa. Ya dudaba de la existencia del amor verdadero y en mi infancia se destruyeron las noches de nervios por la llegada del ratoncito Pérez y de Los tres Reyes Magos de Oriente (otra cosa es el Olentzero, un hombre que recoge carbón por el monte y luego trae regalos no me parece lo suficientemente maravilloso/idílico como para que sea falso).
En cualquier caso, venía diciendo que yo era normal. Algo ilusa tal vez, bastante inocente quizás. Pero sé a ciencia cierta que continúo siéndolo (y tengo la sensación de que nunca dejaré de serlo del todo). Pensaba, que el amor todo lo cura, que las acciones altruistas eran habituales, que nadie atosigaba ni dificultaba la existencia al prójimo "porque sí".
Cuando caminaba por la calle, imaginaba que sonaba de fondo la voszde Don McLean cantando American Pie y terminaba por tararear la canción mientras hacía pequeños pasos de baile disimulados y sonreía.
En cierto modo, seguía creyendo que los malos terminan cayendo y que siempre triunfa el bien. Tenía en lo más profundo de mí la certeza de que a la gente buena le esperan cosas fantásticas, que el Karma existía. La muerte era un concepto lejano, indeterminado, oscuro, remoto...
Pero a partir de ese mes de mayo, han ido cambiando poco a poco. Empezó esta carrera de obstáculos en la que las vallas son demasiado altas y tropiezas y caes cada dos pasos, teniendo que levantarte y reanudar la marcha a la mayor velocidad posible, resiliente, con la cabeza alta, aguantando los golpes y también las lágrimas.
La vida y la muerte colándose en tus manos. Los giros inesperados de los acontecimientos. Las malas pasadas que causa encariñarse con alguien y que de repente desaparezca, se te escape y termines viéndote firmando su certificado de defunción.
Los que van por delante en la maratón sin fin me miran con una sonrisa torcida y una mirada de hastío cuando ven mi caída. Me entienden, ellos se han golpeado también en ese mismo salto y eso les ha hecho más "fuertes". O tal vez no. Puede que solo hayan desarrollado mecanismos de evasión a la caída, digamos metafóricamente que pasan por debajo de la valla.
Quizás en unos meses más descubra cómo demonios lo hacen.
["Solución diagonal del problema". Muro de Berlín, 2018.]
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