jueves, 12 de septiembre de 2013

Imaginación a cambio de unos segundos

A pesar de sus curtidos 28, Mikel seguía siendo un tipo de lo más ingenuo.
Una de esas tardes que sus ojos negros vagabundeaban por el casco viejo en su trayecto al bar donde trabajaba como camarero, una niña se cruzó en su camino. Aquel diminuto matojo de pelo negro apenas tendría 6 años. Todo ocurrió muy deprisa, la agarró por los hombros y frenó en seco, a riesgo de caer de bruces al suelo con la niña entre sus manos. Mikel expiró todo el aire que sus pulmones habían contenido por el susto y acto seguido la niña lo miró con unos ojos azul verdosos, como el mar y le dedicó una sonrisa desdentada seguida de una carcajada traviesa. Oyó un grito ahogado y se acercó corriendo una mujer que apenas tendría unos años más que él. Agarró a la niña y le dirigió una mirada reprobadora al tiempo que le decía "horrela ezin zera kaletik ibili! barkamena eskatu berehala gizon honi!". La niña levantó la vista pero Mikel, que estaba absorto mirando a la mujer, apenas oyó las disculpas de la pequeña, aquellos ojos más verdes que azules y esa forma de mirar lo habían cautivado. 
Por un segundo recobró consciencia de la situación y avergonzado sonrió rápidamente a la niña esperando no haber quedado en ridículo pero la niña había huido corriendo igual que había venido y "ojos de mar" le dirigía una sonrisa embriagadora. "Ez da ezer izan" consiguió mascullar. 
"Ojos de mar" asintió sin dejar de mirarlo a los ojos y giró sobre sus talones al tiempo que ponía orden a un grupo de niños que llevaban una gorra azul y una mochila a conjunto. 

Aquel encuentro fue el culpable de tres platos rotos, dos cuentas mal hechas y unas cuantas collejas por parte de sus compañeros. Estaba en las nubes. Su infinita imaginación buscaba un nombre que hiciera justicia a la belleza de aquella chica, se preguntaba dónde viviría, como sería su casa, cuales serían sus hobbies, sus restaurantes favoritos. ¿Le gustaría el mar? Seguro que sí. Podrían ir a hacer surf. Y si ella no sabía, él mismo le enseñaría. La animaría a volverse a poner de pies la primera vez que cayera y la segunda y la tercera... Luego podría invitarla a un helado y podrían ver la puesta de sol tirados en la playa. Quizás se animaría a capturar algunos cangrejos para luego dejarlos libres, y podrían visitar con el coche los lugares más recónditos y disfrutar de las noches con el silencio de la montaña escondidos en algún que otro albergue. Verían las estrellas por las noches y harían el amor una y dos y tres veces hasta que sus cuerpos temblaran de cansancio y cayeran dormidos... Podrían disfrutar de una cerveza fría mientras contaba historias para hacerla reír... Haría lo que fuera por ver esa sonrisa otra vez, se dijo. ¿Y el beso? ¿Cómo la besaría por primera vez?... 
La sonrisa tonta se desvaneció de pronto, como si le hubieran dado una bofetada y puso los pies en la tierra. No la conocía. No sabía nada de ella, ni siquiera su nombre. No sabía si la volvería a ver, pero su imaginación le había vuelto a jugar una mala pasada. Con solo una mirada y una sonrisa, había inventado un amor imaginario y una vida imaginaria.

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