a. Fue despertarme, oír las gotas de lluvia golpeando contra la persiana y con la cabeza aún hundida en la almohada sonreí tontamente.
La verdad es que me rompió los esquemas por completo porque pensaba ponerme unos zapatos de piel vuelta pero la lluvia me había puesto de tan buen humor que no me importó ponerme las catiuscas.
Me levanté anormalmente motivada y despejada a pesar de haber dormido sólo cinco horas. Fui al comedor y acompañé las tostadas matutinas con un café y como buena palurda y pringada -o eso es lo que dicen- estudiante de medicina, me puse a hincar codos.
Estaba preparando un examen que tenía al día siguiente y, la verdad es que lo daba por perdido. Me había tirado la semana previa enferma y demasiado fastidiada como para estudiar bien y desde luego, no contaba con la opción de poder aprendérmelo todo y a la perfección a tiempo o por lo menos, no lo suficiente como para aprobar.
En este caso quedaba claro que aquello de "querer es poder" no siempre se cumple. Llevaba cuatro días acostándome entre las dos y las tres de la mañana y era consciente de que ya se me podía aparecer la vírgen que ni por esas me daba tiempo de estudiarme el último de los diez temas que me entraban.
"En fin"-me decía a mí misma- "querer no es poder, querer es intentarlo, así que aquí me quedo hasta que eche raíces."
Parece que esto de convivir con andaluces hace que me haya vuelto un tanto exagerada y no me quedé allí hasta tan tarde, pero sí que estuve horas y horas hasta que ni los vestigios de café que circulaban por mi cuerpo pudieron combatir el cansancio. Entonces, a las tres-cuatro de la mañana, me levanté, me fui a mi cama y una vez dentro pensé: "yo ya lo he intentado, ahora, lo que salga."
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