Me da pena, porque hay muchas veces que quiero escribir y no lo hago.
Soy consciente de que he abandonado esto un poco, pero creo que va a ser así siempre.
Era sorpresa. Juan los había llevado a todos a un lugar que definía como fantástico.
Llevaba una semana emocionadísimo y asegurándoles que les iba a encantar. Se lo veía tan entusiasmado que era imposible dudar de la veracidad de sus palabras. "ya veréis ya... y a ti, Claudia, a la que más. Ya veréis, ya. Tengo unas ganas de ver vuestras caras..." decía sin poder reprimir una sonrisa ilusionada.
Llegó el esperado viernes por la tarde, y tras ese desastroso examen todos, incluido Juan estaban bajos de moral. Aun así, siguieron las indicaciones de su amigo y montaron en bus y metro hasta llegar al centro de Madrid.
Bajaron en Sol y callejearon por detrás del edificio de las campanadas.
Juan, que no había estado nunca, necesitó de la ayuda de un par de farmacéuticos que atendieron con rapidez al joven guía desorientado para llegar a su destino final.
Era una cafetería de fachada antigua y ventanales grandes que permitían ver un escenario al fondo. Las terrazas de fuera estaban atestadas de gente que emitía todo el ruido y la alegría de la calle con las palabras que intercalaban con sorbos de café. Encima de la puerta de entrada unas letras amarillentas por el paso de tiempo rezaban "CAFÉ CENTRAL" y a ambos lados de la puerta había carteles grandes que rezaban "Hoy toca el grupo de jazz RACALMUTO a las 22.00. Venta de entradas a partir de las 21.00"
Efectivamente, a Claudia se le iluminó la cara. Ella era una fanática del jazz y tras estrujar la mano de Óscar corrió a dar un abrazo y un beso a Juan. "¡Sabía que te encantaría el plan!" le dijo.
Tanto cariño hizo que el bueno de su novio, Óscar, se pusiera celoso y una vez dentro, se aseguró de conseguir un asiento al lado de la chica.
Ella apenas se dio cuenta. Estaba demasiado embobada viendo a los músicos preparar los instrumentos mientras Óscar admiraba su belleza resaltada con aquella camiseta roja que dejaba al descubierto sus brazos naturalmente morenos. Llevaba su oscura melena recogida en una trenza que caía sobre su hombro derecho y lucía una coqueta flor roja en el lado izquierdo, muy propio de ella.
Lograron a duras penas captar la atención de un camarero extremadamente atareado. Pidieron unas cervezas bien frías, las entradas y una tosta que quedó en el olvido al poco de empezar el concierto.
El bar estaba hasta arriba pero el clarinete acalló al gentío nada más tocar las primeras notas.
Mientras tocaban, Claudia observó maravillada cómo la música une a las personas. Hombres y mujeres de etnias y culturas distintas, de sexos distintos y de vidas paralelas se apiñaban en un local insuficientemente amplio y callaban ante aquellos magos de la clave de sol.
Vio a un caballero con su hijo de diez años, más allá, dos parejas que rondaban los cincuenta se apiñaban en una mesa llena de copas vacías. De entre ellos un señor especialemente bullanguero y de vestimenta pintoresca le hizo sonreír. Más por el pobre muchacho que estaba a su lado soportando sus chistes malos con cara de desesperación que por los sonoros comentarios de aquel gracioso bonachón. El pobre chico de unos 19-20 años abrazaba a una chica que parecía embelesada por los músicos pero que, cada poco, miraba de reojo a su acompañante. Había varios cafés en su mesa y un par de pintas de Guiness que acompañaban a una despreciada tosta. Esto hizo a recordar a Claudia que también había una en su mesa y se giró para coger un cachito.
Volvió a mirar a la pareja que soportaba los comentarios del señor de camisa hortera y en parte, los envidió por la magnífica mesa que habían conseguido, justo en primera fila, delante del trompetista que parecía estar a punto de estallar de lo roja que tenía la cara por tocar.
Tras el trompetista, el batería se dejaba la piel con los platillos y los ritmos y cada poco, se peinaba su pelo canoso detrás de la oreja. A su lado, el entusiasta contrabajo con la camisa algo desabrochada pecaba de poner caras extremadamente raras debido a la motivación, debido a semejante nivel de concentración, de integración con el instrumento...
Por último el pianista y el clarinete parecían mantener un duelo que con miradas cómplices y juguetonas en el mejor sentido, convertían en un baile de notas que se oponían con total armonía.
Claudia volvió la vista a Juan y sonrío mientras pensaba "gracias".
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